¿Hasta cuándo es legítimamente cuerdo mi dolor? ¿Quién cuestiona nuestro sufrimiento? ¿Cómo medir el impacto de una pérdida? Nuestra compañera Cristina Sainz reflexiona sobre el concepto de duelo y la polémica asociada a su diagnóstico, ¿te animas a leerlo y debatir con nosotras? J

Negación, ira, negociación, depresión, aceptación… ¿Qué pasa si no paso por todas esas etapas, tras vivir una pérdida (fallecimiento, ruptura, aborto, amputación…)? ¿Estoy haciendo un mal duelo? ¿No estoy sabiendo gestionar? ¿Tendré secuelas?

La palabra duelo está por todas partes. Se utiliza para definir aquel proceso de adaptación emocional que sucede a cualquier tipo de pérdida. Le siguen infinidad de apellidos: duelo patológico, duelo complicado, duelo prolongado… Y también numerosas aplicaciones (algunas más cuestionables que otras): duelo por ruptura, duelo ante una discapacidad, etc.

Pero, ¿dónde está la guía para saber llevar un duelo? ¿Existe un manual de instrucciones? Ah, ¿que me pueden diagnosticar si no lo vivo como toca?

Los llamados modelos teóricos de etapas (que establecen fases que, supuestamente, han de vivirse para poder transitar este período de forma saludable), como el modelo Kübler-Ross de cinco etapas con el que comenzábamos la entrada, han sido, a lo largo de la investigación en duelo, los más conocidos y referenciados. Sin embargo, su evidencia empírica ha sido criticada por diversas cuestiones (rigor científico, olvido de aspectos psicosociales…), entre las que destaca la más importante: el desajuste de expectativas: ¡No solo tengo que transitar mi dolor, sino que tengo que estar pendiente de cumplir unos rangos preestablecidos! ¡Más culpa, más presión y más malestar!

La búsqueda de indicadores de riesgo y de protección es una parte fundamental en la prevención e intervención, siempre y cuando que esto se entienda de forma transversal y no sujeta a límites rígidos.

Autores como Worden, hablan de “tareas” a realizar por la persona que sufre la pérdida, siempre especificando que no han de seguir un estricto orden y que, por supuesto, se encuentran interrelacionadas (no siendo compartimentos estancos):

1.       Aceptar la realidad.

2.       Experimentar el dolor de la pena.

3.       Adaptarse a un mundo en el que la persona desaparecida está ausente.

4.       Reubicar emocionalmente a la persona fallecida y mirar hacia el futuro.

Resulta particularmente complicado concretar el fin de un proceso de duelo, sobre todo si lo intentamos atisbar desde la vorágine que supone vivenciar todo eso en primera persona: parece imposible (e, incluso para muchas personas, insultante) poder mirar atrás y mirar esa pérdida con “pena, pero sin dolor”.

Mientras que, para muchas personas, un diagnóstico supone entender, normalizar, dar cabida y legitimar su condición, circunstancia o malestar, para otras muchas supone encorsetar, patologizar, medicalizar y estigmatizar su dolencia. Los manuales diagnósticos de los denominados trastornos mentales, como el DSM, no están exentos de polémica sobre esta cuestión: ¿en base a qué criterio temporal establecemos cuánto puede estar afectada la persona? ¿Dos meses, seis meses, un año y medio? ¿Qué variables nos estamos dejando por el camino? A raíz de la última revisión de este manual (DSM-5-TR), se han avivado estas cuestiones:

¿Debo acudir a terapia si acabo de perder a un familiar? ¿Lo que siento es normal o cuándo debo pedir cita?

Recuerda que, si bien existen profesionales con amplia formación en duelo que pueden, llegado el caso, ayudarte, la solución no siempre debe pasar por una terapia psicológica ni por psicofármacos:

Puedes llorar pasados dos años, es normal que puedas tener dificultad para incorporarte al trabajo a los 2 meses ¡y claro que esas fotos tienen la capacidad de removerte emocionalmente! No estás defectuosa ni es imperativo que te tomes un lorazepam, mas bien, necesitas permitirte transitar el dolor y respetar tus tiempos.